Esta vez no escuchaba música alguna, tampoco existía algún obstáculo que me impidiera la visión, mucho menos llevaba navegando por mis venas un mililitro de alcohol. Era un domingo de verano, con un calor abrasador. Exudaba a borbotones mientras pedaleaba mi bicicleta montañera de color azul. Observé ese aparatito del que inconscientemente nos hemos vuelto esclavos, marcaba las tres y veinte de la tarde. Vestía uno de esos pantalones anchos que tienen mas bolsillos de los que necesitas, aquellos que terminan en la pantorrilla y que de lejos se te ve como si caminaras de cabeza… tengo las piernas delgadas. Ocultaba mi pancita chelera una camiseta de mangas cortas, color azul con estampado blanco y algo escrito en inglés, nunca supe la traducción, ese es el resultado de haber sido un tanto haragán en mi english class.
Higashiura es una pequeña ciudad rodeada de viñeros y arrozales. Tiene tres centros comerciales, dos de ellos están a minutos de mi batícueva (casa), y otro un poco retirado. En los días de asueto es cuando más coches aparecen. Regresaba de los comercios próximos a mi morada, por una angosta calle, sin novedad alguna, sonriendo y saludando a cuanta dama de ojitos rasgados se me cruzaba por el camino. Me detuve frente a una pista, en declive, de doble sentido, esperando que terminaran de pasar los autos que venían en ambas direcciones, y poder continuar mi camino. En la calle de enfrente estaba un vehículo, color blanco, estacionado con el motor en marcha, lo conducía un señor de aproximadamente cincuenta y cinco años, acompañado de su esposa. Cuando la vía quedó despejada lo primero que observé fueron las direccionales del auto, las tenía apagadas, eso me significaba que seguiría de frente. Avancé confiado. Cuando me encontraba en la mitad de la pista el coche aceleró girando hacia la derecha, justamente donde me encontraba, todo fue muy rápido, cuestión de segundos. Tiré la bici y salté, cayendo encima de la parte delantera, quedé «face to face» con el conductor, él detrás del parabrisas con una cara de espanto y yo encima del capó como arácnido de carne y hueso. La reacción por parte del japonés de frenar a tiempo evitó que el desenlace fuera fatal. Descendió del vehículo refunfuñando. Al ver que solo me había golpeado me insultó fuertemente, acusándome de haberle rayado la pintura, no se disculpó, ni mostró interés por mi estado. La rabia se me subió a la cabeza, los modales y el respeto se fueron por la alcantarilla, y un rosario de sapos y culebras brotaron de este pechito calato (desnudo), le vomité todo mi estrés. Su esposa bajó asustada, el hombre me observaba atónito, no se esperaba mi reacción. La señora nerviosa empezó a sollozar, me acerque a pedirle disculpas y me calme. El tipo volvió a imputarme el choque, fue cuando me paré en la puerta del carro y le dije:
– Mira tus direccionales
– Están apagadas -respondió.
– Voy a llamar a la policía -cogí el móvil.
– ¡No!…por favor – solicito la esposa.
– A tu bicicleta no le paso nada -me dijo él.
– Pero a mí me duele la pierna.
Ella lo cogió del brazo llevándolo hacia un rincón, brevemente discutieron en voz baja. Ambos se me acercaron, estaban mas calmados, y se inclinaron re- petidas veces ofreciéndome sus disculpas por lo acontecido. Con el rostro adusto, dirigiéndome a la cónyuge le dije:
– Usted no tiene culpa alguna.
– Yo permití que se durmiera mientras esperábamos -respondió.
– Discúlpeme señor extranjero -intervino el marido.
– Vamos al hospital y luego le compraremos otra bicicleta -sugirió la
dama.
Revisé a mi compañera de batalla y vi que tenia unos rasguños, seguidamente me vi los miembros inferiores y solo un pequeño hinchazón empezaba a adornarme la pierna derecha. Hemos tenido suerte, tiene que tener mas cuidado cuando conduzca -le manifesté con seriedad, observándolo fijamente. Recuerde que el extranjero se merece tanto respeto como cualquier japonés -finalicé con voz firme. Levanté la bicicleta y continué mi camino. Cuando estaba lejos de ellos empecé a reírme de buena gana recordando la cara de susto del «tío». Llegué a casa, cojeando pero feliz de haberle dado una buena lección aquel individuo.
Todo ésto sucedió aproximadamente hace cuatro años. Pasado el tiempo me los he vuelto a encontrar repetidas veces y nos hemos saludado con respeto y sin resentimiento.
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