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Posts Tagged ‘Mundo’

La niña prodigio del canto se llama Dayan Nicole. Nacida hace seis años en el seno de una modesta familia peruana. Todos quienes seguimos desde un inicio el concurso realizado por América Television, sin temor a equivocarme, dimos como ganadora a esta pequeña gigante. Recuerdo como timidamente se presento en el plató anunciando el titulo de su primera canción, cogió el micro, sonó la música y empezó a maravillarnos con su angelical voz.

Dejen sus comentarios.

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Esta vez no escuchaba música alguna, tampoco existía algún obstáculo que me impidiera la visión, mucho menos llevaba navegando por mis venas un mililitro de alcohol. Era un domingo de verano, con un calor abrasador. Exudaba a borbotones mientras pedaleaba mi bicicleta montañera de color azul. Observé ese aparatito del que inconscientemente nos hemos vuelto esclavos, marcaba las tres y veinte de la tarde. Vestía uno de esos pantalones anchos que tienen mas bolsillos de los que necesitas, aquellos que terminan en la pantorrilla y que de lejos se te ve como si caminaras de cabeza… tengo las piernas delgadas. Ocultaba mi pancita chelera una camiseta de mangas cortas, color azul con estampado blanco y algo escrito en inglés, nunca supe la traducción, ese es el resultado de haber sido un tanto haragán en mi english class.

    Higashiura es una pequeña ciudad rodeada de viñeros y arrozales. Tiene tres centros comerciales, dos de ellos están a minutos de mi batícueva (casa), y otro un poco retirado. En los días de asueto es cuando más coches aparecen. Regresaba de los comercios próximos a mi morada, por una angosta calle, sin novedad alguna, sonriendo y saludando a cuanta dama de ojitos rasgados se me cruzaba por el camino. Me detuve frente a una pista, en declive, de doble sentido, esperando que terminaran de pasar los autos que venían en ambas direcciones, y poder continuar mi camino. En la calle de enfrente estaba un vehículo, color blanco, estacionado con el motor en marcha, lo conducía un señor de aproximadamente cincuenta y cinco años, acompañado de su esposa. Cuando la vía quedó despejada lo primero que observé fueron las direccionales del auto, las tenía apagadas, eso me significaba que seguiría de frente. Avancé confiado. Cuando me encontraba en la mitad de la pista el coche aceleró girando hacia la derecha, justamente donde me encontraba, todo fue muy rápido, cuestión de segundos. Tiré la bici y salté, cayendo encima de la parte delantera, quedé «face to face» con el conductor, él detrás del parabrisas con una cara de espanto y yo encima del capó como arácnido de carne y hueso. La reacción por parte del japonés de frenar a tiempo evitó que el desenlace fuera fatal. Descendió del vehículo refunfuñando. Al ver que solo me había golpeado me insultó fuertemente, acusándome de haberle rayado la pintura, no se disculpó, ni mostró interés por mi estado. La rabia se me subió a la cabeza, los modales y el respeto se fueron por la alcantarilla, y un rosario de sapos y culebras brotaron de este pechito calato (desnudo), le vomité todo mi estrés. Su esposa bajó asustada, el hombre me observaba atónito, no se esperaba mi reacción. La señora nerviosa empezó a sollozar, me acerque a pedirle disculpas y me calme. El tipo volvió a imputarme el choque, fue cuando me paré en la puerta del carro y le dije:

           – Mira tus direccionales
           – Están apagadas -respondió.
           – Voy a llamar a la policía -cogí el móvil.
           – ¡No!…por favor – solicito la esposa.
           – A tu bicicleta no le paso nada -me dijo él.
           – Pero a mí me duele la pierna.

    Ella lo cogió del brazo llevándolo hacia un rincón, brevemente discutieron en voz baja. Ambos se me acercaron, estaban mas calmados, y  se inclinaron  re- petidas veces ofreciéndome sus disculpas por lo acontecido. Con el rostro adusto, dirigiéndome a la cónyuge le dije:

           – Usted no tiene culpa alguna.
           – Yo permití que se durmiera mientras esperábamos -respondió.
           – Discúlpeme señor extranjero -intervino el marido.
           – Vamos al hospital y luego le compraremos otra bicicleta -sugirió la
              dama.

         Revisé a mi compañera de batalla y vi que tenia unos rasguños, seguidamente me vi los miembros inferiores y solo un pequeño hinchazón empezaba a adornarme la pierna derecha. Hemos tenido suerte, tiene que tener mas cuidado cuando conduzca -le manifesté con seriedad, observándolo fijamente. Recuerde que el extranjero se merece tanto respeto como cualquier japonés -finalicé con voz firme. Levanté la bicicleta y continué mi camino. Cuando estaba lejos de ellos empecé a reírme de buena gana recordando la cara de susto del «tío». Llegué a casa, cojeando pero feliz de haberle dado una buena lección aquel individuo. 

    Todo ésto sucedió aproximadamente hace cuatro años. Pasado el tiempo me los he vuelto a encontrar repetidas veces y nos hemos saludado con respeto y sin resentimiento.

 

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Las calles  del  popular centro  de  Akihabara, en Tokio, se convirtieron  en  el espantoso  escenario  de una de las masacres más terribles en la historia policial japonesa. El día domingo del presente mes el clima de distendió se vio violentado por un ambiente de enorme tensión y pánico.   

    Conduciendo una camioneta de dos toneladas, Tomohiro Kato de 25 años, partió desde Shizuoka rumbo a Tokio, nada hacía presagiar lo que la mente enferma de éste apasionado del manga (historietas japonesas) tenía planeado al llegar a su destino. Quienes le recuerdan cuentan que fue un estudiante aplicado, pero no pudo asistir a la Universidad que quería y cursó estudios de mecánica  automotriz.

    Todo transcurría dentro lo normal en un día dominical. Respetando semáforos y cumpliendo las normas de tránsito llega a la escena del crimen al promediar el medio día, ingresa a una calle peatonal y hunde el pie en el acelerador atropellando a tres personas. La conmoción se apoderó inmediatamente de los transeúntes que no atinaban  a comprender lo que sucedía. Descendió del vehículo y sin titubear inició con gran sangre fría su macabra acción, gritando frases incoherentes, propias de un film de terror, comenzó a apuñalar a sus victimas, inocentes transeúntes y comerciantes. Dejando cuatro personas muertas por cuchilladas  y otras diez heridas de gravedad emprendió la huida, con los brazos extendidos, simulando ser un avión.

    Tras perseguirlo varios metros los policías lograron alcanzarlo, el asesino blandiendo amenazante el arma blanca puso resistencia, obligando a los efectivos del orden a hacer el uso de su arma de reglamento para amedrentarlo. Al verse sin salida soltó el filudo cuchillo. Uno de los oficiales se le abalanzó rápidamente aplicándole una llave de defensa personal inmovilizado al delincuente. “He venido a matar gente, no me importa quien sea. Estoy cansado del mundo”, dijo el criminal. Esposado lo subieron a un auto patrullero y conducido a una dependencia policial. El saldo de aquel baño de sangre fue de siete personas fallecidas y diez gravemente heridas.

 

    Tomohiro Kato fue trasladado éste martes 10 a una celda de la fiscalía de Tokio. Se supo que el criminal muchas veces rompió en llanto durante los interrogatorios pero sin mostrar arrepentimiento. Manifestó también que había enviado mensajes a una web especializada en contenidos para móviles anunciando la masacre, los comentarios estarían registrados bajo el titulo  “Voy a matar gente en Akihabara”, estos serian:

 

          “Voy a estampar mi vehículo y si queda inútil usaré un cuchillo; adiós a todos”.

          “Si me atrapan mientras cumplo mi misión será quizá el peor resultado”.

          “Es la hora ya me voy”.

          “No habrá retrasos por la lluvia”.

          “Acabo de llegar a Akihabara”.

 

     Después de los trágicos sucesos mucha gente se presenta en el lugar de los execrables hechos para depositar flores en memoria de las inocentes víctimas. Ya no queda la menor duda que Japón a lo largo de estos últimos diez años se ha convertido en un país lleno de peligros. Solo aquellas mentes mediocres suelen repetir…“en todo el mundo existe la violencia, no es solo acá”. El ataque del domingo, por esos caprichos del destino, coincidió con la misma fecha que otro demente invadió una escuela primaria dando muerte a puñaladas a ocho inocentes niños, en la ciudad de Osaka, hace siete años.

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El pasado miércoles 28 de mayo el tradicional restaurante japonés Senba Kitcho cerró definitivamente las puertas de su cadena de locales ubicados en Osaka y Fukuoka, así lo dió a conocer en conferencia de prensa su propietaria Sachiko Yuki, de 71 años. “Pido disculpas desde el fondo de mi corazón por traicionar la confianza que nuestros clientes habían depositado en nosotros”, manifestó.

 

    El escándalo estalla cuando autoridades de vigilancia local descubrieron que en todos los establecimientos gastronómicos de Senba Kitcho se utilizaban productos con fechas de consumo vencidos y que servían la comida sobrante de otros clientes. El chef principal de dicha firma admitió que venían reutilizando los restos de varios platos, entre ellos el sweetfish asado con sal, sashimi (pescado crudo),  tsuma (nabo cortado); la carne de vacuno que habían quedado intacta por los comensales se volvía a preparar por cocción y servido nuevamente, a veces en los recuadros de las comidas. El reciclaje de los desechos se venía repitiendo desde hacía seis años con consentimiento del ex presidente de la empresa Masanori Yuki.

 

    “Yo no lo sabía. Lo que él ha hecho es imperdonable” dijo refiriéndose a su esposo Masanori Yuki. “Vamos a cerrar el negocio a partir de hoy por que creemos que ya no somos socialmente aceptables para operar bajo el nombre de Kitcho” señaló Sachiko Yuki en conferencia de prensa realizada en Osaka.

 

    Senba Kitcho empezó a prestar atención desde el año 1,991, llegando a ser considerada uno de los principales restaurantes japoneses. Su fundador Teiichi Yuki llego a recibir del gobierno el reconocimiento al Merito Cultural otorgado a la industria de la cocina. Jamás imaginó que 17 años después la nueva administración familiar llevaría aquel próspero negocio a la vergüenza nacional.

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La comunidad latina de Hamamatsu, en Shizuoka, se ha sentido indignada por el atropello cometido en contra de la peruana Wendy Yamashiro de 33 años, invidente de nacimiento, por parte de dos gimnasios. Hace 11 años llegó a éste país y jamás había sufrido maltrato alguno hasta el pasado mes de mayo. Trabajadora desde hace nueve años en el taller para personas con discapacidad “With”. Como toda familia que busca compartir algún tipo de actividad para fortalecer los lazos de amor, unión, comunicación y salud, decidió junto a su madre y sus dos hermanos inscribirse en un gimnasio sin imaginar la vejación a la que sería sometida.

 

Gimnasio “Sala Sport”.

Durante el trayecto la familia no paraba de charlar llenos de ilusión, acomodando horarios, echando bromas y todo lo que el buen estado de ánimo puede generar. Los cuatro familiares se acercaron, documentos en mano, a la persona correspondiente para solicitar su inscripción. Grande fue la ira al recibir la respuesta más vil y humillante, de parte del local, al aceptar a los familiares con excepción de la señorita Wendy. El argumento era que “podría causar molestia a los otros socios”. Ella no va estar sola, siempre la estaremos acompañando –respondieron. En el colmo del atrevimiento manifestaron que “por razones de comodidad y seguridad de sus demás afiliados el local puede vedar o no conceder el ingreso a personas con discapacidad visual o auditiva”.

 

Gimnasio “Woody”.

Este es un local que cuenta con todos los requerimientos que un invidente necesita para poder desenvolverse sin problema alguno. La familia Yamashiro inocentemente pensó que en éste lugar se haría justicia y que lo acontecido anteriormente seria solo un mal recuerdo. Se equivocaron por completo. Fue el propio gerente quien les dijo que ella no podía ser admitida. Preguntándose ¿por qué? Llenos de rabia y el corazón herido se marcharon, con ese mismo dolor que se siente cuando te dicen: ¡Lárgate!. La invidente peruana nuevamente había sido golpeada en su dignidad como individuo y pisoteados sus derechos a pesar que la Ley Básica Japonesa para Discapacitados la ampara.

 

    Los medios de comunicación, prensa escrita y televisiva, de Shizuoka al enterarse del caso han dado gran cobertura a tamaña ofensa que avergüenza y estropea la voluntad de muchos latinos que buscan integrarse a ésta sociedad. Wendy Yamashiro junto al presidente del taller “With”, el japonés Chiaki Shiba, anunciaron en conferencia de prensa llevada a cabo en la Municipalidad de Hamamatsu, a finales de mayo, que iniciarán una campaña para luchar contra la DISCRIMINACION.

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Caminé, caminé…

Sentí calor pero no alcancé a ver sol.

Se hizo de noche…

todo estaba claro pero no pude ver la luna.

Estornudé muchas veces

como sintiendo alergia por la vida.

 

Tu ausencia me ha desconectado de éste mundo.

Los días me llevan al pasado.

El insomnio gobierna mis noches.

Mis labios repiten una letanía de lamentos

por no haber vuelto pronto a tu lado.

 

Mami Dorita…

¡Te amo!

Qué es más que quererte

pero también te quiero igual como te amo.

 

Mami Dorita…

¡Te extraño mucho!.

Tanto como te amo y te quiero.

 

¡Mami, mamá Dorita!

¡Linda, viejita linda!

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Adios Mami Dorita.

En el cielo brilla una nueva estrella, acá en la tierra un nuevo ángel nos acompaña. Tenía carita redonda y sonrisa infantil. Nunca se avergonzó de ser analfabeta, supo hacer de aquello una virtud. No tuvo profesores que le enseñaran lo que muchos conocemos pero sin embargo de la vida todo lo aprendió y generosamente lo compartió con todos. Apenas medía un metro cincuenta centímetros, de cabellera ondulada que no conoció de canas hasta después de los sesenta años, tenía el carácter y la fuerza de un varón pero también la dulzura de una hada madrina. Solía conversar con su Dios pidiendo por nosotros, la familia, amistades y animales, tanto que de su bondad se enamoró y decidió llevársela con él. Mami Dorita, linda viejita, linda!

 

    Era mi abuelita materna. Dicen que la vida nos da una segunda oportunidad para ser buenos padres cuando se tienen nietos, les puedo jurar, que ella fue buena madre conmigo. Llegó a éste mundo un primero de Noviembre (Día de los muertos o de todos los santos) y se marchó el primero de Mayo (Día del trabajo), fechas importantes en el calendario occidental, tan especiales como ella. Ya es parte de todo: del aire, de la tierra y del mar. Alguna vez leí a un filósofo que decía: “La muerte empieza al nacer”. Siguiendo aquel enunciado debo concluir que mi viejita dejó de morir para ser eterna, eso me da tranquilidad. “La persona verdaderamente muere cuando dejamos de recordarla y permitimos que se evapore de nuestro corazón”, es lo que pienso.

   

    De los muchos recuerdos hermosos que tengo con ella, hay uno que me hace súper feliz, siempre antes de salir para la universidad solía besarla en la frente, cerraba sus ojitos, sonreía y su rostro se iluminaba de inocencia. Probé de sus manos el rigor de unos golpes bien ganados. De ella recibí las caricias que en otro techo me negaron.

 

Dorita es difícil evitar no llorar al recordarte, es imposible ser coherente con lo que escribo, es duro aceptar que ya no volveré a verte.”

 

    Se supone que éste año volveríamos a encontrarnos después de mas de una década, desde aquel día que con tu bendición me vine al Japón. Tenía la ilusión que vieras que aprendí a cocinar y saborearas mi sazón,  de que fuéramos a pasear, de contarte como me fue por éstas tierras, de que me dijeras: “te pareces a mí”. Deseaba tanto cogerte de las manos. Me contó mi madre que no te velaron en casa, tuvieron que llevarte a un amplio local por la cantidad de gente que se acercó a despedirte. Te rindieron honores como a las grandes mujeres. Tus mascotas (dos perros) aparecieron de pronto en donde descansaban tus restos para hacer guardia frente a tu féretro, ladraron a todos, tampoco aceptaban que ya estabas ausente.

     

    Así era Dorita. Así fue Dorita conmigo. Así es como me siento Dorita. Así es como te recuerdo Dorita.

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Antonio tenia días de haber llegado al Japón, a la ciudad de Toyohashi, y como era de suponer no entendía nada del idioma japonés – es lo que inmediatamente nos dimos cuenta -. Solía mostrarse como una persona pícara, astuta, alguien a quien nadie podría engañarle. Los que vivíamos en aquella casa (propiedad del contratista) llevábamos un ritmo de vida algo agitado: levantarnos muy temprano, asearnos, prepararnos el desayuno, ponerse la ropa de trabajo y salir a la puerta, esperando la llegada de la movilidad que nos llevara a la fábrica procesadora de pescado; regresar después de doce horas de haber estado dentro de cámaras frigoríficas, hornos y variedad de máquinas. Cansados, echando bromas, solíamos turnarnos cada noche para preparar la cena de los seis muchachones, incluído para nuestro nuevo integrante que todavía no laboraba. Cierto día, reunidos en la hora de descanso, acordamos proponerle a «Toño» (Antonio) que nos preparase diariamente la cena, con el beneficio de servirse y no aportar dinero para la olla comunitaria. Aceptó sin objeción.
    A la mañana siguiente, al despedirnos, nos avisó que prepararía «fréjoles con pollo frito», todos celebramos el anuncio. Lo que aconteció con el pobre muchacho fue de no creerlo pero para terminar partiéndose de la risa. De vuelta en casa, con hambre de náufrago, nos servimos ordenadamente. «Oye, te quedó muy bien», «Felicitaciones, excelente compadre», «Huy que buena mano»; uno a uno le expresaban su satisfacción. Un colega y yo le sentimos un saborcito raro al platillo pero no le dimos importancia. «Barriga llena, corazón contento» reza un dicho popular.
    Muchachos tengo que contarles algo – anuncio Toñito -. Habla cumpita, ¿qué fue? – respondió uno de nosotros -. El rostro de nuestro chef «trafa» poco a poco fue cambiando de color, estaba rojo cuando inició su relato. «Para preparar los fréjoles no tuve ningún contratiempo, el problema fue con el pollo – lo escuchábamos con atención -. Ya le había rociado la sal y la pimienta cuando me percaté que no tenia a la mano el aceite, busqué por todos lados sin mayor resultado, de pronto en uno de los cajones vi varias botellas de plástico de diferentes colores: Verde, naranja y amarillo; supuse que éste último era el aceite. Encendí la cocina, puse la sartén, destapé la botella y vacié su contenido, esperé que calentara un poquito. Lo que me llamó la atención fue que no chispeara como es común, pensé que en éste país habían inventado éste tipo de aceite para no quemarse las manos. También me pareció raro que se formara una espuma… en fin en Japón todo es moderno, fue mi respuesta. Al colocar el pollo vi que los minutos pasaban y seguía crudo, peor aun, lentamente se empezaba a sancochar. ¿Qué carajo pasa? Me pregunte. Rápidamente apagué el fuego y lo probé, grande fue mi sorpresa al comprobar que tenia sabor a detergente. ¡Pucha la cagué! Exclame resignado. Inmediatamente lavé cada presa. Fui a la vecina, con señas y repitiendo «oil» «oil», logré que viniera a ayudarme, ella cogió del repostero un frasco pequeño que también le había visto pero pensé que era vinagre – era el aceite de oliva con la etiqueta escrita en kanji (escritura japonesa) -. Lavé la sartén y recién pude fritar el pollo casi sancochado. Eso fue lo que aconteció colegas.»
    Todos nos miramos entre sí, y estallamos en una risotada. «No joda mi hermano, usted si consiguió lo que mi viejita nunca pudo ¡carajo!. Lavarme la boca con detergente por toda la grosería que suelo hablar» fue mi comentario sin poder contener la risa, ni evitar las lágrimas.

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    Es la anécdota del año noventa y uno que jamás podré olvidar por la verguenza que me tocó vivir en Holanda, aeropuerto de Ámsterdam, específicamente en uno de sus baños. Tenía poco de haber llegado a ésta inmensa terminal aérea y esperaba, junto a otros compatriotas, diera la hora para abordar el nuevo avión que nos llevaría al Japón. Todo marchaba bien, paseando por sus tiendas, lanzando piropos a tan hermosas mujeres en un idioma que no entendían pero sonreían; orgullosos como latinos de ver el CD de Juan Luis Guerra en las vitrinas, asombrados con un inmenso diamante, todo tan moderno y ahí nosotros silbando el «cóndor pasa». Hasta ese instante creí que nada podía cortarme ese buen momento, me equivocaba… vaya que sí. Fue cuando desde mi vientre un ligero sonido se dejó escuchar cual trompetas reales que anuncian la llegada de una visita especial, le resté importancia. Pasados unos minutos el ruido vino acompañado de un retortijón, acto seguido mi tubo digestivo no pudo más dejando escapar una flatulencia. Traté de estar serio observando el infinito disimulando lo sucedido, fui en busca del baño apresurando el paso y zigzagueando, arrepintiéndome de toda la comida ingerida y pidiendo a no sé que divinidad mitológica me ayudara a mantener la contracción en el interior de mis nalgas. Aturdido y empapado de sudor no lograba encontrar el bendito trono del placer. Fue gracias a una amable señora que al ver mi desesperación y mis delatadores gestos quien me orienta como llegar a los sanitarios. Entré a toda prisa, elegí la primera puerta, cerré con fuerza y desesperación, intentaba soltarme el cinturón del pantalón no pudiendo evitar aquel bailecito impaciente. Al fin logré sentarme, lo que vino después solo fue una retahíla de: Ufff!!!, Ahhh!!!, Humm!!!. Aliviado de la sobrecarga que hacia unos minutos me había torturado busqué con la mirada el papel higiénico, ahí estaba. Cumplida con toda la ceremonia que la situación ameritaba me dispuse a dejar correr el agua.-¡ Mierda!- ¿Cómo funciona ésto? Fue la pregunta del millón de dólares mientras un fuerte hedor se apoderaba del ambiente y el bendito dispositivo no aparecía por ningún lado. Observe por la rendija de la puerta esperando a que todos se fueran para poder fugar pero cada vez mas gente entraba y salía. Pasaron diez, veinte, veinticinco minutos, alguien tocó la puerta, nuevamente estaba transpirando, pero esta vez de vergüenza. Con la palma de la mano empecé a rozar las paredes hasta que al fin pude dar con el diminuto censor que se encontraba como parte del dibujo en una de las mayólicas. Pasado el mal momento al acercarme al espejo, me vi con una cara de felicidad celestial, lavé mis manos, el rostro y me mojé el cabello. Reunido nuevamente con el grupo de viaje, entre bromas, me contaron que estuvieron buscándome. Ya en pleno vuelo mi compañero de asiento me preguntó qué opinión tenia de la breve estadía en aquel aeropuerto, a lo que sonriendo le respondí: «Nunca olvidaré Ámsterdam».

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Lunes 17:
    Desperté con el cuerpo algo descompuesto, ayer ya me sentía un poco maluco, pero ésta mañana el malestar fue más fuerte. Por la tarde compré medicamento para la gripe en un centro comercial cerca de casa. La vista me estuvo ardiendo. Cociné algo sencillo y rápido, lavé los platos y me pasé el día leyendo algunos websites y asistiendo noticieros de diferentes países por el servicio de televisión vía Internet.

Martes 18:
    Todo el día estuve estornudando, la vista me siguió ardiendo y un ligero dolor de cabeza se unió a mi descompuesto cuerpo. Tomé el medicamento. Dándome ánimos continué la faena diaria. Por la noche el dolorcillo de cabeza desapareció pero en cambio un dolor de pecho empezaba a incomodarme. Mientras cogía sueño escuche que afuera el gato: de manchas negras y blancas, gordo y cola corta, se acomodaba sobre la lavadora.

Miércoles 19:
    Fue un día fatal. Amanecí con escalofrió, dolor de pecho, estornudando, una incontrolable tos y fiebre. Continué tomando el medicamento. Dormí mucho, no comí nada hasta por la noche que el hambre me obligó a prepararme algo ligero. Bordeando la media noche volví a escuchar al gato sin dueño rondando por el jardín.

Jueves 20:
    Al abrir las cortinas el brillo del sol invadió mi habitación. Me sentí de mejor ánimo, con menos malestar, los medicamentos me ayudaron mucho. Puse música y a solas bailé y canté. Aun sentí algo de escalofrió pero con menos fiebre. Seguí estornudando y tosiendo esporádicamente. Lavé los platos y me preparé comida peruana. El día se me fue descansando. Al llegar la noche, entre sueño y lejanamente, oí el maullido del gato.

Viernes 21:
    Me sentí mucho mejor, volví a poner música mientras tomaba un baño con agua tibia en el ofuro (pequeña tina de baño japonesa). Fue un día tranquilo, apenas estornudando. Salí un momento por la noche para revisar una computadora, me invitaron una cerveza. De regreso en casa empecé a sentir calor y cometí la torpeza de servirme un vaso de bebida gaseosa fría. Ya en cama, mientras aun estaba despierto, no escuché al gato… me pareció extraño.

Sábado 22:
    Nuevamente desperté con fiebre, escalofrió y estornudando. Desde mi ventana vi a unos pajaritos comiendo en el gramado del jardín, el cielo despejado y un sol invitando a pasear por la playa. Al abrir un momento la puerta de casa un bulto saltó desde el aparato del aire acondicionado, era el gato, que asustado huía a paso lento, tenía una de sus patas traseras herida. Lo vi esconderse debajo de una camioneta, lamerse la pata, después de cinco minutos salió y saltó sobre el techo de otro auto, empezaba a jugar.

    Después de observarlo largamente me di cuenta que aquel gato y yo nos parecemos mucho, ambos sin molestar a nadie hemos aprendido a cuidarnos solos.

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    Hoy leí una noticia que me conmovió y me llamo a la reflexión. Un peruano –como yo- fue encontrado muerto en su departamento alquilado y después de tres meses fue descubierto por el dueño del edificio. Somos muchos los que en Japón vivimos en igual situación de soledad y siempre pensamos que nunca nos ha de suceder nada, que somos de fierro (olvidando que el fierro también se oxida), que a pesar de los años transcurridos aun nos sentimos jóvenes (aunque el cabello se nos este poniendo blanco y escaso, y los huesos nos duelan cada mañana aun más y más); Si la familia muestra preocupación, desde el otro lado del mundo, algunos respondemos que “hierva mala nunca muere aunque la orinen los perros”. Siempre tendremos una jocosa respuesta para calmar a los que nos quieren y mentiremos por el miedo que, hipócritamente negamos, sentimos a la soledad, peligrosa compañera del exiliado económico –así nos llaman las organizaciones mundiales-, los extranjeros.

    Era de mañana, tarareaba una canción de Joaquín Sabina, apuraba el paso, había trabajado toda la noche, el camino de ida y vuelta lo podía transitar con los ojos cerrados, ese nuevo día fue diferente. Cuando estaba cerca de casa me tope con un carro patrullero, sentí temor, ya estaba frente a ellos (los policías), no me prestaron la menor atención, andaban ocupados entrando y saliendo de una casa; curioso pregunte a unos de los japoneses, que observaba atento, por lo que había acontecido: “encontraron a un hombre que llevaba muerto dos días y nadie se dio cuenta, sino, hasta que el mal olor alerto a los vecinos», me respondió. El difunto al igual que yo vivía solo.

    En el mes de Enero hubieron tres días en los que mi estado anímico me jugo una mala pasada, muchos sentimientos se chocaban en mi interior y termine navegando por las peligrosas aguas de la depresión. Mi pequeña casa alquilada se convirtió en mi mundo y las paredes en los amigos con quien charlar; de la cocina a limpiar la casa, de la computadora a los libros, de la tele al dvd. El recuerdos de la familia y el de la mujer amada, eran balas que a quemarropa se descerrajaban en mi alma. Sin proponérmelo me auto secuestré por setenta y dos horas. Al cuarto día, muy de mañana, la dueña del predio me toco la puerta, una señora anciana, traía una bolsa de mandarinas.

– Buenos días Mizuno sam.
– Javier sam buenos días; ¿Cómo esta?
– Bien; ¿ porqué?
– Su auto lleva estacionado tres días y ningún vecino lo ha visto.
– He estado ocupado haciendo oficio – respondí sonriendo.
– Me preocupa que viva solo, le puede suceder algo y nadie lo sabría. Seria bueno que saliera un momento para dejarse ver. cuando este en casa.
– Disculpe por preocuparla.
– No tiene a nadie y lo aprecio como a un familiar.

    Seguimos conversando un rato mas, me entrego las frutas y se marcho; admito que sentí el deseo de besarla en la frente, como si fuera la madre de mis padres.

    Fue en la provincia de Kanagawa, en la ciudad de Yamato donde hallaron al compatriota extinto.

    Encontramos la forma de cómo llegar a este país, pero no sabemos como volveremos a nuestro país.

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