Cuando era joven tenia una divertida manía, cada vez que subía al autobús para trasladarme a la universidad, ir de visita a la casa de un familiar o para encontrarme con la enamorada, me gustaba buscar dentro de los usuarios femeninos el rostro más bonito, el que parecía estar más triste o alegre, la elegida podía ser joven o algo mayor, la observaba todo el tiempo que demoraba el recorrido del transporte público mientras en mi cabeza se iba tejiendo toda una historia de amor, el libreto mental que en ese espacio de tiempo creaba mi cerebro llevaba diálogos, risas, lágrimas y algunas veces pequeñas broncas; el resultado de todo esto fue una serie de cuadernillos con hojas cocidas a mano lleno de poemas…
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